“No debemos olvidar que tenemos la responsabilidad de la ética de la verdad: aunque escribamos ficción, debemos ser honestos”, sostiene con firmeza Nicolás Clarión, un escritor poco convencional que mezcla la palabra con las Bellas Artes y el cordón del conurbano con Sevilla.
La Ciudad charló con Nicolás acerca de sus primeros pasos en la escritura y la lectura, sus viajes con la palabra de compañía y a cuestas, la cuestión del mercado y el conurbano, y su particular forma de ver la escritura para lxs autores locales.
¿Cómo fue ese inicio de relación con el mundo de la escritura?
Comencé a escribir en la adolescencia, pero no fue un camino que me llevara de forma directa en esa dirección. De pequeño, demostré una marcada inclinación al dibujo y la pintura y, con el tiempo, empecé a buscar inspiración en la lectura. Esto despertó el interés por usar las palabras para contar historias, de la misma manera que lo hacía con las líneas y el color.
En el secundario, disfrutaba mucho las actividades de escritura que proponía mi profesora de Lengua y Literatura. Ya de más grande, cuando inicié Bellas Artes, el deseo de escribir se encontraba tan profundamente arraigado, que incluso llegué a fantasear con inscribirme a Filosofía y Letras en la UBA, pero, por una cuestión de tiempos, finalmente desistí.
Luego comencé mi carrera como docente y me vi obligado a dejar la escritura en pausa. Pero como suelo decir, cuando los deseos son genuinos y reales nada puede detener esa fuerza que nos habita. Y así fue como, un día de lluvia en un viaje por Sevilla, me senté en el salón del hostel y retomé, en mi laptop, un antiguo relato de algunas pocas páginas que se convirtió en una novela de casi 470.
Desde ese día no he podido parar de escribir. Tengo tres novelas escritas, que no he publicado aún. Ya he dado el primer paso presentando una a concurso en España que en estos días comunicarán los resultados. Tampoco he dejado de estudiar, de hacer talleres de escritura e incluso un posgrado, que terminé en el primer semestre de este año.
¿A quiénes consideras tus “referentes” en lo literario? ¿Cuáles son tus influencias?
No sé si los llamaría referentes o influencias, porque siento que decirles de esa forma me pone en una posición de soberbia, especialmente a sabiendas que aún estoy transitando un camino de exploración y aprendizaje. Ahora bien, todo lo que leo es tierra fértil para dejar que la imaginación florezca.
De todos modos, creo que hay obras y autores que nos tocan, nos interpelan, nos movilizan y dejan una profunda impresión al leerlos. Cortázar y “El libro de Manuel”, Umberto Eco y “El nombre de la rosa”, León Tolstói y “La guerra y la paz”, Irvin Stone y “La agonía y el éxtasis”, Héctor Lastra y “La boca de la ballena”, por mencionar algunos, han tenido ese efecto en mí.
Sin embargo, encuentro en la realidad, tanto social como política, una fuente inagotable de inspiración. No es errada la frase “la realidad supera la ficción”.
¿Qué pensas del ambiente literario del oeste? ¿Crees que, en el mercado editorial, lxs escritorxs del conurbano están ganando terreno?
Creo que, si hay algo que agradecerles a las bibliotecas populares y a los proyectos educativos orientados a la difusión y el incentivo a la lectura en las últimas décadas, es que han generado una generación de jóvenes que escriben y eso provocó la demanda de talleres literarios y de escritura creativa y centros culturales que diversificaron su oferta para un público que cada vez era más amplio. Aunque, también es cierto que se podrían hacer más cosas, más actividades, más espacios, más difusión y más incentivos.
En cuanto al “mercado”, la sola palabra me genera cierta aversión. Hay momentos en que tengo la impresión de que toda aquella manifestación artística que no responda a las reglas de ese “mercado” termina siendo marginada, excluida. Y, por otro lado, el concepto de “conurbano”, con todos sus cordones, su fragmentación y el imaginario colectivo que se deposita sobre él, termina volviéndolo más periférico de lo que históricamente fue.
No digo nada nuevo al afirmar que, en todos los espacios de la cultura según las reglas de ese mercado, los recorridos artísticos se iniciaban desde la Ciudad de Buenos Aires.
Por suerte, al menos para los escritores, es una tendencia que viene cambiando y creo que, en parte, es el resultado del surgimiento de editoriales pequeñas, donde los autores se autopublican, lo que diversifica la oferta de material que no tiene la necesidad de responder a las reglas de ese “mercado”.
De tu propia producción ¿Cuáles son tus escritos favoritos y por qué? ¿Cuáles son tus futuros proyectos?
Es difícil elegir uno en particular cuando siento que todos tienen algo que me conmueven, que me atraviesan.
“Las cartas perdidas” fue una historia que, nacida a mis dieciocho años, comenzó a madurar a mis casi cuarenta mientras recorría Sevilla, y así, las callejuelas de la ciudad se fueron colando en el relato. “El retrato ausente” surgió de una charla con una amiga y el constante bombardeo televisivo de los hijos de celebridades nacidos por subrogación de vientre. “La noche secreta” comenzó a macerar luego de un viaje a Río de Janeiro para convertirse en un homenaje.
Mi último trabajo, “La tierra maldita”, es una idea a la que sigo dándole vueltas. Una historia que cabalga entre la esclavitud en Brasil en 1850 y un joven brasileño criado en Paris que regresa a su tierra en 2016.
Algo tienen todas en común, además de saltar entre el presente y el pasado, es que sus protagonistas son hombres homosexuales intentando superar acontecimientos que desconocen de ese tiempo pretérito, pero que los persigue, atravesados por la historia política y social que no es ajena al devenir del relato.
En el 2020 me convocaron para una antología e incursionar en un género que no manejo del todo: el cuento. Acostumbrado a realizar producciones de más de un centenar de páginas, verme obligado a contar una historia en pocas hojas fue un completo desafío, pero una experiencia enriquecedora.
¿Qué consejo le darías a unx escritorx del conurbano que quiere comenzar a hacer visibles sus escritos?
No creo tener la palabra más autorizada para dar consejos, de hecho, intento no darlos. Pero voy a explicar como yo veo la cosa: La escritura es lectura, es escucha, es plástica, es observación, es disciplina, es constancia, es trabajo, es espera, es empezar una y otra vez, es un camino que se realiza de a tramos, algunos en soledad y otros en compañía.
Es estar abierto a las infinitas posibilidades que la libertad de usar la palabra nos permite, sin olvidar que tenemos la responsabilidad de la ética de la verdad: aunque escribamos ficción, debemos ser honestos.
Después, es animarse, es parir la obra y, como con los hijos, es entender que ya no nos pertenecen, que son de la vida, que son de todos. Y eso es lo que más cuesta, dejarlos ser, darlos a conocer. A mi me ocurre eso, después cada uno hará el recorrido que quiera o pueda.